Una noche de truenos y relámpagos
Julio H. Campos estaba sentado frente a su computador, tan solo, que no volaba
ni un mosquito en toda la habitación. Necesitaba gran concentración para
terminar un capítulo de su última obra.
-Allí estaba Miranda, contemplando la casa de
su próxima victima, cuando el sol comenzaba a mostrar sus primeros destellos-
relataba en voz alta mientras tecleaba a toda velocidad. Lo había elegido en la guía telefónica solo por tener el mismo apellido
que ella. Parada frente a la puerta, tocó tres veces…-.
Dejó de pulsar el teclado y se quedó
pensativo. Giró sobre su silla y se puso de pie en dirección a una mesa ratona
donde había un tocadiscos de antaño. Sacó un disco del mueble, lo colocó; movió
la aguja al medio y comenzó a sonar. “Love
in vain” de Robert Johnson. El volumen estaba alto, lo disminuyó hasta
volverlo casi imperceptible. Pegados en la pared, algunos recortes de diarios
de homicidios sin resolver que lo orientaron en la formación de la historia.
Cuando volvió a su silla, todavía se
quedó reclinado un rato pensando -¡Dios!
¿No te das cuenta que la motivación de ella son los celos? – Se
recriminaba- Si eligiera a su víctima en
la guía telefónica, debería matar a todas las personas que tuvieran el mismo
apellido y haciendo eso no seguiría con
el mismo patrón de asesinato que describí antes. Además, ¡Qué clase de homicida
toca la puerta para que lo atiendan! ¡Zafio!– Gritó enojado, al tiempo que
golpeaba con fuerza en la silla-.
Distraído, recogió un libro de la
mesa y se golpeó repetidas veces la frente con él. Reclinado mirando el techo,
observó detenidamente la portada. Era “El
guardián entre el centeno” en su primera edición. Aún tenía pegada la
etiqueta del precio. Sonrió y volvió en sí. Se levantó y echó un vistazo a
través de la ventana. Inmediatamente se sentó y comenzó a teclear de nuevo.
-Allí estaba
Miranda, contemplando la casa de su próxima víctima en una noche fría y
tormentosa. En esta ocasión, la conoció en una librería cuando elegía un libro
que ella deseaba y era el último. Subió los escalones del pórtico. Sacó de su
cartera un cuchillo y se abalanzó hacia la puerta, ejerciendo una fuerza de
palanca para poder abrirla. Los truenos ensordecedores camuflaron el ruido. Una
vez dentro, comenzó a moverse sigilosamente recorriendo habitación por
habitación como si buscara una presa escondida, pero sabía exactamente adónde
ir. Dejó una puerta sin abrir para lo último, por debajo se notaba que había
luz del otro lado. Se dirigió a ella decididamente e intentó mover la manija- Se enmudeció al notar que la puerta se abría.
L.E. Parera
Sep, 2011
Sep, 2011
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